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— 318— prende la viva emoción que experimentó toda la fami. lía, al cerciorarse de que la enfermedad había efecti. vamente desaparecido como por encanto. Volvió el Padre al siguiente día. Todos le miraban con veneración y respeto, estando a punto de ponerse de rodillas para besarle los pies; pero el Padre, con dulce sonrisa, se dirigió al cuarto del enfermo y com- pletó en él su obra, curándole también el alma, me: diante la confesión. Hallábase, en otra ocasión, nuestro taumaturgo predicando una Misión en Lombez, diócesis de Auch, cuando al hacer, como acostumbraba, sus visitas por las casas, encontró en una de ellas a un niño de 3 años, tan enfermizo y raquítico que no podía andar ni tenerse en pie por sí solo. Compadecido de la pobre criatura, la tomó en sus brazos y, en aquel lenguaje sencillo, alegre, que le caracterizaba, comenzó a decirle, delante de sus padres: «—¡Ah! miren, miren, al perezosillo, que quiere le tengan siempre en brazos, No, no. Esto ha de acabar. Niño, es necesario que empieces a andar solo.» Le acarició, le bendijo y salió de la casa. Algunos momentos después, marchó la madre a sus ocupaciones, dejándole sentado en el suelo de la cocina. Volvió, y cuál no sería su admira- ción al encontrarle de pie y luchando con sus pierne- citas, todavía débiles, en perseguir a su hermanito. Las curaciones espirituales, las conversiones que hemos ya descrito y tantas otras que permanecerán ocultas, conocidas tan sólo de Dios y de las almas favorecidas por la gracia, ¿no son, por ventura, otros tantos milagros, mucho más admirables y extraordi- narios? El siervo de Dios fué sembrándolos a su paso

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