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— 314— escribe dicho Padre,—partió para Lourdes en mayo de 1888, y habiendo tenido noticia de que el P. María- Antonio se hallaba en Niza predicando el mes de María, se detuvo en esta ciudad para confesarse con el varon de Dios, pues era mucha la devoción que le tenía. » Jamás olvidaré—dice ella—las palabras que enton- ces me dijo, anunciándome cosas que me han suce- dido tres meses después. Salí muy conmovida del confesonario y fuí a encontrar a mi marido, que se hallaba cerca de un pilar de la iglesia, exhortándole a que se confesara con aquel Santo. »Se preparó durante algunos momentos y le con- duje al confesonario del Padre. Pero ¡oh sorpresa! el confesonario estaba vacío. La iglesia se hallaba en- tonces desierta. Ni mi marido ni yo vimos que nadie entrara o saliera del templo, ni oímos moverse a nadie. Pensamos si, por ventura, se habría retirado el Padre a la sacristía, sin que nos hubiéramos dado cuenta de ello, y fuimos a encontrarle... ¡Cuál no sería mi estupor y mi espanto al oir al sacristán que me decía: «Pero, señora, si no es posible, El P. María- Antonio, nuestro Predicador, se encuentra a dos le- guas de Niza. Ha salido esta mañana en peregrina- ción con los fieles y no volverá hasta la tarde.» » Así era en verdad; y sin embargo, yo estoy per: suadida de que fué el P. María-Antonio quien me con: fesó, a eso del mediodía, en la Catedral, y por otra parte, nadie, sino un Santo, hubiera podido producir tanta impresión en mi alma y decirme las cosas que me dijo en aquellos momentos.» Don L. A., de Tolosa, atribuye al santo Capuchino
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