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SB Una señora de Albi que vivía en Tolosa, estaba casada hacía quince años sin lograr sucesión alguna, Repetidas veces había comunicado sus penas al Padre María-Antonio, cuando he aquí que, cierto día, le llama al locutorio una joven desolada, hecha un mar de lágrimas, a quien era necesario ayudar en secreto y con urgencia, tomar su criatura y colocarla en lugar seguro, al abrigo de toda sospecha, pues iba en ello el honor, el porvenir de la joven y la paz de una familia honrada. ¡Cuántas veces, a través de sus correrías apostólicas, fué testigo de estas tristes consecuencias de la debilidad humana, confidente de estas angustias y única esperanza en tan críticos momentos! El P. María-Antonio se conmueve, toma en sus brazos al recién nacido, y marcha al hogar desierto sobre el cual había implorado, repetidas veces, la ben- dición del cielo. «—Señora — exclama,—he aquí el momento de hacer una obra de caridad. Tomad este niño, cuidadlo y Dios os premiará concediéndoos lo que tanto deseáis.» Creyó la mujer y tomó el niño a su cargo. No se hizo esperar la recompensa del Señor, pues no había pasado un año todavía cuando una angelical criatura, enviada del cielo, trajo la alegría a aquel hogar solitario, y fué compañero inseparable del pobre huerfanito, su hermano de adopción. No queremos tampoco pasar en silencio el favor de que fué objeto la señora Azaís, madre del P. Bernar- dino de Saint-Pons. De edad ya avanzada y con nume: rosa prole, había perdido la esperanza de tener más sucesión, pero confió en la palabra del P. María-Anto nio, quien le prometió, como premio del cielo por su edificante vida, un precioso y nuevo vástago, que
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