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309 — Las gentes aseguran, asimismo, que las medallas que distribuía se multiplicaban en sus manos, atesti- ' guándolo en concreto una señora, la cual, viendo cierto día agotada la provisión de medallas del Misio- nero, le dió seis que tenía en casa, y con ellas continuó repartiendo a todos durante más de un cuarto de hora. Pero sea de ello lo que fuere, todavía se encuentran en su vida hechos que llaman más la atención por lo raros y extraordinarios. He aquí uno de ellos, atesti- guado por el Hermano Latinus, Religioso de las Escuelas Cristianas: «Predicaba el P, María-Antonio una misión en la Parroquia de Saint-Aubin de Tolosa, y como se que- daba a pasar la noche en nuestro actual convento de S, José, un criado de la casa, llamado Augusto Gorse, panadero de oficio, tenía el encargo de acompañarle todos los días, después del sermón. »Uno de los días, al salir de la iglesia, se le acercó al Padre un mendigo pidiéndole alguna cosa por cari- dad, y el misionero, dirigiéndose al criado, le dice: —Augusto, haz limosna a este pobre. — Dispense, Padre, no llevo un céntimo siquiera en el bolsillo. —Mete tu mano en el bolsillo del chaleco y encontra- lA rás dinero. —El criado, a pesar de estar bien seguro de no llevar encima la menor moneda, metió su mano, y ¡oh sorpresa! encontró dos monedas de cinco cén- timos y se las dió al pobre. »Un poco más adelante, se acerca otro mendigo y vuelve a repetir el Padre: —Augusto, haz limosna a este pobre. —Pero, Padre, le aseguro que no tengo un céntimo en el bolsillo. —No importa, mira bien el bolsillo de tu chaleco y tal vez encuentres algo.—
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