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ME recomendado al celoso Pastor de la Parroquia para que le administrara los últimos sacramentos, y volví a partir inmediatamente para Tolosa, teniendo todavía tiempo, entre dos trenes, para escribir.desde la Esta. ción a las Religiosas, anunciándoles tan fausta noticia. »Al día siguiente, daba comienzo la misión a la hora señalada.» Aleccionado con estos sucesos, su confianza en la divina Providencia no tenía límites, y Dios nuestro Señor no dejó ni una vez siquiera de acudir en ayuda de su siervo, aun por medios bien inesperados. Aca- baba de predicar en Fontenay-le-Comte, cuando reci- bió un aviso de Tolosa llamándole con urgencia para dar comienzo a una serie de sermones. Con la prisa de la salida, olvidósele el dinero del billete sobre una eocinilla. El Párroco, que lo encontró aquella misma tarde, estaba intranquilo sobre lo que había podido suceder al Padre, pues sabía muy bien que el santo Religioso, como verdadero hijo de S. Francisco, no llevaba nunca dinero, Bien pronto una postal, fechada en Tolosa, tranquilizó su ansiedad: «He llegado al Convento en alas de la caridad.» Efectivamente, en el mismo momento en que debía tomar el billete en la estación de Velluire, se le acercó una señora pidién- dole encomendase a Dios un asunto de importancia, y le entregó en un sobre cerrado el precio justo del billete. Repetidas veces apagó los incendios o disminuyó la voracidad de las llamas, con sólo arrojar en ellas su escapulario, como sucedió en Saussens el año 1868, y de un modo especial cuando el incendio del Convento de Tolosa, en 1883, del que hablaremos más tarde.

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