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tarlo al Seminario conocido con el nombre de «L'Es- quile». Apenas Mr. Yzac, Superior de aquella casa tan fecunda siempre en santos sacerdotes, en sabios y aun en ilustres prelados, vió delante de sí al niño, como si adivinara el tesoro que le enviaba la Providencia, exclamó:—«Sí, sí, ya haremos algo de este Leoncito,» —y le enseñaba a repetir con los dedos las tres S que forman al buen seminarista: santo, sabio y sano,—«De su buen comportamiento, —proseguía, —me encargo yo; respecto a su salud ya cuidará de ello su buena tía, y para su instrucción, preséntelo usted al Sr. Moli: nier, nuestro digno Prefecto de estudios, que es de una abnegación proverbial para los externos; encomién- dele este niño de mi parte.» «Me condujeron, pues, al Sr, Molinier — dice el P. María-Antonio,—y a pesar de su carácter austero, me recibió como un padre. Yo no sé por qué inspi- ración empezó a llamarme inmediatamente «el Ca- puchinito», La buena tía—que según alusión del Sr. Yzac debía cuidar de la salud del niño,—era una hermana de su padre, que vivía no lejos del Seminario. Hallábase dotado el Sr. Molinier de una rigidez extrema. Simple laico, se sacrificaba por los jóvenes, sin otra ambición, ni otra recompensa, ni más aspira- ción que ir preparando para la Iglesia buenos sacer- dotes. Original, a ratos, carecía no obstante de grande instrucción, y de aquí el que dejase salir a veces de su boca palabras que sus turbulentos discípulos se apre- suraban a recoger, y cuyo solo recuerdo ha sido por largos años la alegría y diversión de los cabildos de Tolosa. Mas a pesar de la severidad de su carácter,

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