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RS i Obligación ineludible del historiador es el narrar ' estos hechos como a ¿dl llegaron, haciendo, no abstante, en materia tan delicada, las reservas que la prudencia impone, exige el amor a la verdad y pide el buen nombre de la Religión. Muchas son las personas que, al tener noticia de que estábamos escribiendo la vida del gran Tapuciuno de Tolosa, nos han escrito, entre otras muchas cosas, lo siguiente: «El P, Maria-Antonio supo leer en mi corazón; me dijo cosas que nadie, sino Dios, podia saberlas; hizo alusión a sucesos pasados que yo mismo había olvidado, y esto no en el confesonario, sino fuera de él, en Lourdes, en las escaleras del Rosario, en el locutorio de un convento.» Y entre estas personas había algunas a quienes el P. María-Antonio jamás había visto ni conocido, siendo, por lo tanto, aquélla la primera vez que les hablaba. Así sucedió con una de ellas, que, estando de paso en Tolosa, tuvo la idea o la inspiración de ir a consultarle sobre un negocio de conciencia. Antes que hubiera abierto la boca, ; empezó el santo confesor a exhortarle sobre cada uno de los pecados que había cometido. Fué tal el efecto que en dicha persona produjo esto, que se echó a llorar desde las primeras palabras que le dirigió el 1 Padre, y salió del Convento proclamando que había visto y oído a un santo. Sucedía otras veces que, teniendo en derredor de su confesonario una multitud de penitentes, se levan- taba de pronto y llamaba en particular a una mujer, o llevaba a un hombre a la sacristía. Algunos de ellos afirmaron más tarde que se habían ido a confesar movidos por un impulso de la Providencia, y que sin 20, P. MARÍA - ANTONIO

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