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— 303 — girar, como sobre dorado gozne, todo el almuerzo que tantos sudores y pláticas había costado. El P. María-Antonio, descubierto por las miradas que todos le dirigían, no tuvo más remedio que confe- sar que, al llegar él a casa, se le había volado la pava por la ventana, en alas de la caridad. El señor Obispo se rió y celebró mucho la aventura, y el señor Arci- preste no tuvo más remedio que consolarse diciendo: «Contentos podemos estar que no se le ha ocurrido dar, con la pava, la bandeja de plata en que se hallaba.» Jamás desmintió el P. María-Antonio este su amor a los pobres, los cuales, a su vez, no dejaron de ser los compañeros inseparables del santo Capuchino, hasta en los últimos años de su vida, cuando la Revolución, expulsando a los Religiosos, convirtió a su amado Con- vento de Tolosa en asilo nocturno para los necesitados y vagabundos de la ciudad. En él recibía a cuantos se presentaban y continuó dando la sopa a los pobres, distribuyéndoles al mismo tiempo las legumbres y frutos de la huerta, cuyo derecho no se atrevió a recla- mar el liquidador. No es, por lo tanto, de extrañar que, al morir el P, María-Antonio, todos los pobres de Tolosa, tristes, abatidos, entremezclados con lo más granado de la ciudad, siguieran llorando tras el fúnebre cortejo que llevaba los últimos despojos de aquel varon de Dios, su bienhechor y su padre, comprendiendo que, en la persona de aquel santo y venerable anciano desapa- recía algo así como las últimas reliquias de un pasado £ - rrandezas se han visto ultrajadas por el salva- glorioso, cuyas indiscutibles despreciadas, desconocidas y jismo de los enemigos de Dios y de la Patria.
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