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— 302 — general para admirar el conjunto, despacharon los gatos, que con gran disimulo se iban acercando a los tentadores efluvios que irradiaban de la pava, y cerrando cuidadosamente las puertas se acostaron. : Amaneció el día; todos estaban en el templo. Las horas pasaban lentamente no sin fuertes palpitaciones de la sobrina. El señor Obispo y demás convidados, ocupados todavía en las ceremonias de la iglesia, no tardarían en hacer su majestuosa aparición en medio de todo aquel esplendor, que recreaba los cinco sen» tidos del alma. El P. María-Antonio, cansado de confesar toda la mañana, sintióse desfallecido por estar todavía en ayunas y marchó, durante la Misa mayor, a tomar alguna cosilla que calentase su ya debilitado estó- mago más que los fiambres del almuerzo. Pero he aquí que al salir de la iglesia encuentra a una pobre mujer, con cuatro criaturas, que no habían comido hacía ya varios días. Llega a casa, seguido de su famélico cortejo, y buscando inútilmente algo que dar a la pobre mujer, se decía: «Para toda una familia se necesita un buen almuerzo.» Los accesorios y aperiti- vos que sobre la mesa había no bastaban. Así es que, tras corta vacilación, creyendo habría en la cocina con qué llenar el enorme vacío que dejaba en la mesa episcopal, tomó la bandeja con la pava y a través de una ventana arrojó el suculento manjar al delantal de la pobre, que se lo llevó más que de prisa. Júzguese la emoción de la noble asamblea, la ver- giienza, la confusión y el enfado del Párroco, la sor- presa y alboroto de la sobrina, cuando notaron la falta del plato de resistencia, en derredor del cual debía

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