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— 27 — der su viaje, llamaban a la puerta mientras se hallaba comiendo la familia, y el P. María-Antonio no podía consentir que se molestase, en aquellos momentos, ni siquiera Rosalía, la buena criada de la casa, El mismo se constituía portero y siervo de los pobres y no paraba durante toda la comida, yendo del comedor a la puerta y de ésta al comedor, sin permitir que marchase ninguno de ellos antes de haberle obse- quiado con algo de lo que a él le habían servido en la mesa. Les hacía beber de su mismo vaso, y después volvía a continuar su comida, hasta que la campanilla le ponía otra vez en movimiento. Bien pronto se dieron cuenta en la casa de que, mientras el Padre estuviese en ella, sería muy prudente aumentar las provisiones de la cocina, pues había días que la gran caridad del Misionero les dejaba casi sin comer. Si, mientras estaba en su cuarto o en la mesa, oía que algún mendigo cantaba o tocaba el organillo en la puerta de la casa, acudía con las manos llenas y trababa con él un corto diálogo, casi siempre el mismo: «¿Qué tal? ¿Has hecho la primera Comunión?¿Desde cuándo no te has confesado? Vamos, vamos, ya veo que ahora necesitas cantar y tocar para buscarte la comida; pero a la tarde, cuando se cierren las casas y no puedas trabajar, ven a encontrarme a la Daurade o ala Cóte-Pavée.» Algunos eran fieles a la cita, y se confesaban con él, mostrándoles en cambio el P. Ma- ría-Antonio una verdadera simpatía y ayudándoles con cuanto estaba a su alcance. Predicando los Ejercicios a las Clarisas de Peri- gueux, se entretenía, el tiempo que sus instrucciones

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