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DO fundar un orfanotrofio. Hubo un tiempo en que estuvo a punto de ver realizada su idea, instituyendo una obra benéfica y muy humanitaria que proveyera a sus pobres huerfanitos de madres, que, si bien en el pen- samiento del autor no debían ser Religiosas, a causa de las circunstancias de los tiempos, tendrían al menos el corazón y el espíritu de las abnegadas esposas de Jesucristo. Había ya encontrado el terreno en Lour- des; tenía redactada la Regla. Pero ¿cómo soñar en construir nuevos centros religiosos de beneficencia, cuando el huracán de la persecución bramaba por todas partes, llenando de espanto a Francia y arra- sando, en su brutal empuje, las más sólidas fundacio- nes? El horizontese anubló a los ojos del cariñoso amigo de los niños y su obra quedó como un hermoso pro- yecto y una prueba irrecusable de su tierno y generoso corazón. No sólo a los niños, también a los adultos se exten- día, como hemos tenido ocasión de verlo repetidas veces en el curso de esta vida, la influencia de su ardiente caridad. Su delicada mano se consagraba a curar todas las llagas, físicas o morales, de que pudie- ran adolecer sus prójimos. Dos personas, cuya ilícita unión pretendía regula rizar nuestro misionero, le objetaban en cierta ocasión bruscamente: «—No tenemos dinero para pagar tantas formalidades como se necesitan. —Que no sea por eso, hermanos. Yo os procuraré cuanto necesitéis,» El hombre, al oponer su objeción a los caritativos deseos del Capuchino, no pensaba sino en los papeles que necesitaba procurarse, en las formalidades civiles y Otras cosas parecidas. Pero el Apóstol, más previsor
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