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— 288— ¿Quién, por poco que se haya dedicado a las obras de caridad, no ha tropezado con las exigencias de cierta clase de mendigos? «—Padre, necesito 20 francos para pagar una deuda que me apura, para calmar a un acreedor que me amenaza.» «—Necesito inmediata- mente 300 francos para dar valor a mi firma; no pase cuidado que ya los devolveré.» «— Y siempre lo mismo» — exclamaba el P. María-Antonio, dejando caer sus brazos desalentados. «—Necesitaría toda la fortuna de Rothschild.» Veinte veces al día le llega- y ban cartas suplicantes, sin contar las peticiones que le hacían de viva voz, para que socorriese a un obrero enfermo, a una familia que se veía imposibilitada de pagar el alquiler, a un viajero sin recursos. Y siempre el buen Padre daba alguna cosa: bonos, sellos, pro- i mesas y hasta recomendaciones como las siguientes: «Suplico compre al portador una pala, una azada u otro instrumento que necesite.» «Suplico compre a la portadora una blusa, un delantal, un par de medias o de zapatos.» Medios todos ellos muy prácticos de socorrer las necesidades del pobre, sin malgastar el dinero de las personas caritativas, sin fomentar los vicios y la vanidad de algunos mendigos, teniendo tan gran cuidado en este punto, que entre los papeles que hemos podido recoger hay algunos tan significativos como éste: «Ruego proporcione a la portadora un som: brero de paja, sin cintas ni flores, más una pequeña provisión de sobres y papel ordinario de cartas. Tómele también un billete de tercera para Marsella, donde la portadora necesita ir a trabajar.» Aunque algunos no sean partidarios de este sistema de limosnas, tiene al menos la ventaja de burlar y
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