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286 Cierto día, encontró entre los pobres un poeta que se ofreció a mostrar su talento a cambio de la sopa.— «Muy bien—le dijo el P. María-Antonio:—a ver si me pones, pues, en verso esta escena del Evangelio.» Y le contó el incidente de la barca de Pedro, sacudida por las olas en el lago de Genezaret. El día siguiente, el pobre, muy puntual, presentó su trabajo, escrito en hermoso dialecto y con gran inspiración. Lou Bayssel de la Gleizo, «La nave de la Igle sia». tal era su título. El P. María-Antonio lo hizo imprimir, bendiciendo al Señor, que derrama sus dones sobre los humildes. Quiso buscar al pobre para ayudarle... y no lo pudo encontrar. Después de los rezos y de la explicación del Catecismo, se hacía la distribución de la sopa. Pri- mero desfilaban las mujeres y los niños; después se iban acercando los golfos y rateros con sus potes y cacharros viejos, recogidos en los escombros y ester- coleros. Allí había de todas formas y tamaños y ni uno se parecía al de sus compañeros, sino en lo sucios que estaban todos. Sucedía, a veces, que alguna dama que por inadver- tencia llegaba a hora tan inoportuna a la portería del Convento, al presenciar aquel espectáculo, exclamaba llena de compasión: «—Por Dios, Fr. Rufino, ya le enviaremos de casa algunos platos. —Dios la bende- cirá, señora — replicaba el Hermano.» En efecto, llegaban los hermosos platos de tierra roja O amarilla, modestos pero limpios, y en ellos comían algunos días los pobres. Mas cuando la caritativa bienhechora vol- vía al Convento, a las pocas semanas, veía, con dis- gusto, que mientras sus platos no parecían por parte alguna, los sucios y repugnantes cacharros andaban

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