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A ocho veces has estado agonizando en tu cuna, durante los primeros meses de tu existencia, y ocho veces, gra- cias a la protección de María, te vimos volver a la vida.» Esto no era más que el comienzo de las innume- rables gracias que el futuro Misionero debía recibir de su celestial bienhechora en el transcurso de su existencia. Él, por su parte, se las atribuía todas, sin excepción, sobre todo la de no haber sufrido enferme- dad alguna de cuidado durante sus muchos y azarosos años de ministerio. Además de sus padres, hubo también dos venera- bles patriarcas que ejercieron gran influencia en la educación cristiana del niño. Fueron los dos hermanos Noyer, sacerdotes; uno párroco y el otro vicario de San Alano, universalmente venerados en Lavaur, y cuya muerte fué llorada por todos los pobres de la ciudad, que no se cansaban de repetir en su pintoresco lenguaje: «No se plantarán ya en Lavaur tan buenos nogales» (1), A la sombra, pues, de estos «nogales» fué donde creció y se educó el joven Clergue, el más asiduo, el más dócil y piadoso de los monaguillos de la catedral, siendo por esta razón el Benjamín de los venerables sacerdotes, quienes le escogían de ordinario para que les ayudase la misa. No había salido el sol todavía y el diminuto acólito se hallaba ya en la sacristía, siendo a veces testigo de escenas cuyo lado cómico y edificante a la vez sabía sostener con su sagacidad y espíritu observador. El Sr, Noyer, hombre de conciencia y esclavo del (1) Juego que hacían con el apellido Noyer, que significa también «nogal».
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