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+ PRO estableció la sopa de los pobres, tradición antiquísima en la Orden de S. Francisco que todos nuestros Con. ventos tienen a honra el conservar, a pesar de la admiración y las recriminaciones de los que en seme- jante costumbre ven algo de arcaico y quisieran un modo más moderno de ejercer la caridad. Los Ca. puchinos distribuyen todos los días, en la puerta de sus Conventos, esa sopa limpia, substanciosa y abun- dante, en derredor de la cual abundan siempre los aficionados, atraídos por lo suculento del aspecto y su perfume de plato casero. Pero en Tolosa, aquella olla, colocada en medio del corredor, tomaba ante el P. María-Antonio un carácter especial. Allí se agolpaban, llenando los locu- torios, la entrada, la terraza, desbordándose por las escaleras y hasta por el camino que forma como la avenida del Convento, una colección tan original y variada de descamisados y andrajosos, que la potente imaginación de Goya no llegó nunca a concebir, y menos a realizar en sus vigorosos cuadros. Toda aquella gente venía de los arrabales y sucias callejas de la ciudad, de las miserables buhardillas y covachas de vagabundos; de modo que allí se encontraba toda la miseria de Tolosa. Jamás cuadro alguno de mila: gros pudo mostrarla más completa. La una de la tarde era la hora más intempestiva que se podía escoger para llegar a la puerta del Con- vento. Si alguien, sobre todo si era señora, se aven: turaba a acercarse allí, al respirar aquel ambiente fétido, al ver aquellas caras tan poco a propósito para tranquilizar a uno, aquellos harapos de color ambiguo, y aspirar los efluvios de aquella cocina popular, des-

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