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ME tantos negocios? ¿Cómo podía resistir, extenuado de fatiga, aquel incesante ir y venir del locutorio al con- fesonario y del confesonario al locutorio? Allí le espe- raban unas cuantas señoras; los pobres le cogían al pasar, colgándose de su manto, y él, tranquilo como todo verdadero hombre de negocios, abría sus cartas y, mientras se informaba de su voluminosa correspon- dencia, sin precipitación, con incansable paciencia, iba arreglando uno a uno todos aquellos asuntos tan diversos y, a veces, tan delicados. —«Usted señora—decía a una que le esperaba en el locutorio, —usted quiere obtener la salud de una persona querida, el buen éxito de un negocio. Aquí tiene pues un medio seguro. Haga usted limosna a este pobre, porque ya sabe que la limosna abre el corazón de Dios y le hace propicio a nuestros deseos. » Y mandaba juntos al pobre y a la señora, terminando de un solo golpe dos negocios y dejando satisfechos a todos. —«Su marido de usted está enfermo, los hijos tienen hambre; mire usted, señora: yo no tengo dinero; pero en esta carta he encontrado algunos sellos; tóme- los usted, vuélvalos a vender y compre usted pan.» O bien: —«Tome usted esta carta, llévela a tal sitio y allí será usted oída.» Y de este modo, poco a poco, el inmenso trabajo iba desapareciendo; los alrededores del Convento se despejaban, y nuestro viajero podía gozar de una tranquilidad relativa, para entregarse a la oración, salir a llevar socorro a otros necesitados y consolar a los muchos enfermos que le esperaban. Recordarán nuestros lectores que apenas llegó el Padre María-Antonio a Tolosa con su compañero,
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