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— 278 — día con sonrisa de madre. A unos firmaba un bono, a otros daba una dirección para recomendarlos y prome- tía interesarse en el negocio que le exponían, y todos se apartaban de él contentos y Si rtisfechos. Y no se crea que esto lo hacía para librarse de ellos. No, Todo lo tenía presente y trabajaba con interés por conseguirlo, siendo buena prueba de ello el haber encontrado entre sus notas multitud de indicaciones como éstas: «Buscar un empleo para S, C.», «Escribir al Ministerio de Hacienda para recomendar a J.», «A mi vuelta al Convento, ocuparme en casar a CN A,, que viven mal», etc. etc. A veces le escribían rogándole trabajase por alcan- r un puesto de estanco, de maestro, de caminero, de debe «diente, de cochero, de escribiente, y en todas partes tenía entrada el buen P. María-Antonio, lo mismo en las casas de los grandes, que en las oficinas, en los Bancos, en los Ministerios, en las Estaciones, y casi siempre encontraba protección para sus reco mendados. Se dirige en cierta ocasión a Belcastel, su amigo, para conseguir un comisariato de policía, y el ilustre Senador le responde: «Por desgracia, para quince 0 veinte vacantes que hay cada año, se presentan, -pol lo menos, doscientos candidatos.» Fué verdadera: mente una lástima que no lo consiguiera, pues tal vez hubiéramos tenido ocasión de ver algun día al nuevo Comisario de Policía arrancar del Convento, en cui» plimiento de las leyes del Gobierno, a aquel a quien debía su empleo. El caritativo Capuchino llegó a presentarse en el Palacio mismo de las Tullerías y en la s: ra misma del
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