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— 267 rio y escuchó de labios del misionero la relación de aquel accidentado viaje, emprendido en condiciones tan deplorables. El desgraciado religioso se le fué haciendo cada vez más simpático por el buen humor que mostraba, y el P, Maria-Antonio, que no despre- ciaba las ocasiones, supo insinuarse poco a poco de tal modo en el corazón de aquel hombre, que terminó por convencerle y dejarle completamente rendido. Bien pronto se vió obligado a renovar el mismo viaje para conducir a los pies de María Santísima la oveja des- carriada y completar en su presencia la victoria. La Providencia le deparaba a veces ocasiones al parecer fortuitas, con el fin de fomentar y extender más y más el apostolado de su siervo. A consecuencia de no haberse entendido bien con el Párroco de un lugar, cierto día llegó nuestro misionero con dema- siada anticipación a un pueblecito, donde debían salirle a esperar los vecinos de otro, para acompañarle hasta la iglesia, donde había de predicar la Misión. No tuvo pues más remedio que esperarles, quedando entre tanto hospedado en casa de un sacerdote. ¿Pero qué hacer allí tanto tiempo? «Señor Cura—dice de repente, el Capuchino—el Señor es quien me ha traído aquí, y quiere que mi presencia sirva para algo. Estas veinti- cuatro horas de que dispongo, no pueden ser inúti- les para las almas.» Algunos instantes después llegan con toda prisa algunas personas, avisando al Párroco que uno de sus feligreses, con quien había ya agotado todos los recur- sos de su ministerio, sin llegar a conmoverle, estaba en los últimos momentos. «Le hemos vuelto a hablar de usted y no quiere ni oir su nombre—le decían FA AN i PU AI q” A lis Í PLAN o pil 1 4 1404 ' 140 PR E $ Í di 1 Va OLA UNIA Pe lt o
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