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— 266 — zando públicamente con arrojar al cura por la yen- tana, si llegaba a penetrar en su casa. Entra el P. María-Antonio, le llama desde la escalera, y salu- dándole amigablemente, le da un apretón de manos. Aquel hombre tan fiero al parecer, viéndose tratado con una confianza y una amabilidad desconocida hasta entonces 'para él, siente que su corazón palpita de modo inusitado, ríndese a la dulce y persuasiva pala- bra del misionero y termina por arrodillarse a sus pies, para recibir la absolución de sus muchos pecados. Las Religiosas a quienes estaba dando los Ejerci- cios, se vieron privadas aquel día de la plática ordi- naria, pues el P. María-Antonio había abandonado el rebaño fiel para buscar y socorrer a la oveja perdida, Otra vez le hablaron en Livrón de un impío obsti- ' nado, que a causa de su influencia y posición social, hacía gran daño en cuantos le rodeaban. Sin atender más que a su celo, se pone inmediata- mente en camino, con un tiempo horrible, y hacea pie, por charcos y lodazales, las dos leguas que le separaban de su presa ambicionada. Las sandalias rotas, el hábito calado de barro y agua, y el cuerpo todo entumecido por el recio frío de la estación; tal era el deplorable estado en que nuestro infatigable Apostol llegó al campo de batalla. Naturalmente, era un buen pretexto para pedir le dejasen descansar un momento, en aquel lugar, que tan ingrato e inhospl talario se lo habían pintado. Por otra parte; ¿quién se hubiera negado en semejantes circunstancias, por duro ' que tuviera el corazón, a dar abrigo a un pobre y extenuado viajero, aun cuando éste fuera un Capu: chino? Recibióle, pues, lleno de compasión el propieta:
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