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08 todavía en Lavaur, demuestra bien claramente la energía de esta mujer fuerte y el amor grande que sentía por los ideales monárquicos de su patria, amor que no debe extrañar a nadie, pues conocidas son las célebres guerras civiles de la Vendée, durante la Revolución, cuando sacerdotes y nobles se levantaron repetidas veces para defender el principio de la monar- quía nacional. Era en 1830. Algunos revoltosos del vecindario, conociendo las ideas y sentimientos de la Sra. Cler- gue, fueron un día, como habían ido otras veces, ante su puerta, agitando entre cantos y gritos la bandera revolucionaria. La buena señora no lo pudo sufrir por largo tiempo. Olvidando su debilidad, abre la puerta, y apareciendo de repente en medio de aquella tropa salvaje, se lanza sin miedo al que llevaba la bandera, se la arranca de las manos y la desgarra y pisotea los girones por el suelo, dejándolos a todos confundidos y obligados a dispersarse para ocultar su vergilenza. Desde aquel día no se le conoció con otro nombre que con el de «la Vandeana de la Carlesse». La Carlesse era el nombre de la calle que habitaba la familia, y en ella fué donde un viernes, 23 de diciem- bre de 1825, antevíspera de Navidad, vino al mundo el que durante tantos años había de anunciar a los pue- blos ingratos y olvidadizos el Mesías Redentor. El mismo día recibió las aguas bautismales y allí le fueron impuestos tres nombres, que parecen una profecía, pues hacen pensar, ya de antemano, en los que debían ser más tarde, uno, su padre en religión; otro, su doctor predilecto en el púlpito, y el primero, el ídolo de su alma, eminentemente católica, el Sumo
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