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263 recuerdos, conmover los corazones y sacar conclusio- nes eminentemente prácticas. Celebrábase en cierta ocasión la ceremonia de la erección de una cruz, bajo un cielo encapotado y triste; mas he aquí que, de repente, se rasgan las nubes y el predicador, sonriente, fijos sus ojos en el cielo, se dirige hacia el sol con voz majestuosa, y exclama: «Oh sol, ven, ven a iluminar con tu brillante fulgor esta escena. Tú te obscurecistes en el calvario al ver atu Creador humillado, pero hoy, no; ven a iluminar su exaltación y dinos: ¿viste alguna vez por venturaa través de los siglos nada más hermoso?» La multitud, ante aquella personificación grandiosa, ante aquel apóstrofe sublime, le escuchaba abismada, henchida de entusiasmo. Otro día, en el momento mismo de salir los pere- grinos en procesión, una manga de agua les hizo cobijarse precipitadamente en la iglesia. El P. María- Antonio sube al púlpito y les habla, con lágrimas en los ojos, de la furiosa tempestad que el infierno había desencadenado contra la pobre Francia, la cual, decía, no encontrará refugio más seguro de guarecerse que la Iglesia católica. Útra vez, predicando en Lourdes la despedida de una peregrinación, ve a un fotógrafo en disposición de enfocar su aparato hacia la Gruta. Esto le basta para exclamar: «Llevemos también nosotros a María grabada, no sobre cristales, sino en nuestra alma, mediante la imitación de sus virtudes. ¿Qué otro recuerdo podemos llevar más hermoso que éste?» La experiencia y la santidad de su vida le daban autoridad suficiente para reaccionar contra males y
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