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262 — constante de toda su vida, entregándose a ella sin descanso. «Llego, combato enérgicamente sobre el campo de batalla, y tengo la satisfacción, casi siempre, de glorificar a Dios por la victoria. Debiera sucumbir de cansancio, pero nada de eso. Salgo cada vez más vigoroso, con nuevos bríos para empezar de nuevo la lucha. Me siento inagotable como Dios, porque Dios está en mí y siempre lo encuentro cerca de las almas.» 3uscando, pues, ante todo, el bien de las almas, adoptó en su predicación el estilo popular y evangé- lico que, aparte de algunos fracasos, sensibles tan sólo para el amor propio, mas previstos y aceptados de antemano por nuestro Misionero, le proporcionó una serie de triunfos que sólo los ángeles del cielo pudieron contar. El amor, la pasión que sentía por las almas, le comunicaba aquel fuego, aquella actividad, aquellos arranques de elocuencia que llenaban de admiración a todos. Había personas de alta posición y vastos conocimientos, que acudían de grandes dis- tancias para oirle, quedando siempre profundamente conmovidas de su sublime simplicidad. «El Capuchino, había dicho Lacordaire, es el Demóstenes del pueblo», y jamás orador alguno rea- lizó mejor estas palabras del célebre Dominico, qué el P. María-Antonio, poeta y tribuno a la vez, siem- pre atractivo, hipnotizador de muchedumbres y con- quistador de almas. Con un tacto nada común, sabía aprovecharse de cualquier circunstancia de tiempo 0 de lugar, de un incidente de la: historia local, hasta de un detalle de terreno, de un nombre o de una fecha, para evocal

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