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261 — me dice, como decía en otro tiempo a Marta: Sollici- tus es, el turbaris erga plurima, ¿Por qué esa vida tan activa? ¿Por qué no tomas las alas del éxtasis y te remontas hasta gozar la suavidad de la contemplación? ¡Ah! es que otra voz más potente se ha dejado oir también en lo más profundo de mi alma, voz desga- rradora de mi Divino Maestro en las horas de su tris- teza. ¡Sitio! ¡Sitio! Tengo sed de almas. Acuérdate que no te hice mi apóstol para que goces y descanses; no te hice mi soldado para que duermas en los arroba- mientos dei éxtasis. Empuña la trompeta, la espada y la pluma, clama, ne ceses, Marcha a la conquista de las almas y tráeme corazones rendidos.» No obstante, aun después de muchos años, seguíale torturando la misma preocupación. «Vedme entre- gado más que nunca a la vida de Marta, y sin embargo, ¡qué feliz sería mi corazón, si sentado a los pies de Jesús, pudiera gozar de la suave quietud de María! Pero mientras conserve en mi cuerpo un aliento de fuerza para trabajar .por la salvación de las almas, no me atreveré a manifestar mis deseos a los supe- riores, pues sé por mi Seráfico Padre, que nada hay comparable a este trabajo divino, y sobre todo, por- que prometí al Señor, desde el día en que comprendí toda la perfección que se encierra en la obediencia, que jamás manifestaría la menor voluntad, ni el menor deseo personal, a fin de dejarme conducir como un ciego, por su fraternal Providencia. Ved, pues, cómo si el amor no me hubiera clavado mucho antes en la cruz, me hubiera clavado la conciencia de la obliga- ción en que me encuentro.» La conquista de las almas fué pues la aspiración
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