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0509 sus austeridades, como verdadero hijo del Pobrecillo de Asís, que llamaba perfecta alegría al exceso de sufrimientos y privaciones. «No sé dónde le encontré por primera vez—escribe un venerable Jesuita—pero aquel primer encuentro, confirmado por encuentros ulteriores, me reveló en el Padre María-Antonio, al varón de Dios, al hombre muerto a sí mismo; hombre todo imbuido en el celo de Dios y de las almas; hombre que no tocaba el suelo sino con sus sandalias; un Santo, en fin, que venido del cielo, volvía a él sembrando por todas partes su celes- tial alegría y exclamando sin cesar: «Vayamos al cielo.» «Venid todos al cielo.» Así le vi y le oí hablar en otra ocasión en un departamento de tercera en la Estación de C..., y al poco rato le encontré sobre el andén abrazando a gendarmes, paisanos, militares, empleados y hasta al jefe de la estación, quedando todos tan satisfechos de sus abrazos y tan contentos de verle y recibir de él aquellas sus ardientes y cris- tianas exhortaciones:»
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