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==: 30 > Durante todo el tiempo que permaneció en el Con- vento de Tolosa, desayunaba con una sopa, hecha con hierbas recogidas en la huerta, y en las comidas veía- sele rociar los platos con gran cantidad de agua, por- que, según decía, su pobre dentadura no podía sufrir la comida caliente. Cuando se hospedaba en casa de los sacerdotes, era la desesperación de las cocineras, quienes después de haberle preparado con todo cui- dado los mejores platos a fin de que pudiera restaurar sus débiles fuerzas, se encontraban con que no los había tocado, pretextando siempre la dificultad de masticar. Pero si mientras estaba en el Convento y en las casas de los párrocos, no podía menos de sentarse a la mesa y comer con los demás, para no ser notado, solía vengarse de estos que él llamaba regalos, cuando, hallándose solo, podían pasar inadvertidas sus penitencias. En Lourdes, por ejemplo, se entre- gaba a prolongados y rigidísimos ayunos, tanto más meritorios cuanto sus fuerzas se hallaban más exte- nuadas por el exceso del trabajo y su cabeza más dolorida por falta de sueño. En estos casos, a fin de ño ser gravoso a nadie, solía llevar consigo algunas provisiones en su inseparable zurrón de tela, y se ocul- taba como podía para hacer a ocultas una verdadera comida de anacoreta, Se le llegó a sorprender co- miendo los restos de una tortilla que había traído desde Nancy con algunas cortezas de pan, tan duras, que era necesario tenerlas antes remojando en agua por largo rato. «Acababa yo de celebrar cierta mañana la Santa Misa—cuenta un Sacerdote amigo suyo—y me dirigía 17. P, MARÍA-ANTONIO
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