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bir en el coche que le debía conducir de Albi a Millau Esta falta de sueño era una de las penitencias a las que parecía estar más acostumbrado, tan continua y frecuente era en él. A menudo, viendo que no le quedaban más que una hora o dos de sueño, juzga- ba inútil el acostarse. Se cuenta que cierta aci, habiendo entrado el Párroco de una de las iglesias de Poitiers en su cuarto para tomar una sotana, tropezó con un obstáculo que, al choque, hizo un ligero movi- miento. Extrañado de lo que pudiera ser aquel bulto, encendió una luz, y cuál no sería Su Sorpresa y su admiración al encontrarse con su predicador, el Padre María-Antonio, quien, teniendo por demasiado lujoso el cuarto que le habían preparado, acababa de echarse sobre el suelo para descansar un poco. Al mismo tiempo que el santo varón combatía el sueño, se olvidaba de comer. No obstante, como esta penitencia, por ser demasiado visible, llamaba la atención, acudía a las comidas, como los demás; pero ¡de cuántas industrias usaba, de cuántas excusas s servía para hacer insípidos y desabridos los alimentos que tomaba! En cierta ocasión, llegó a Millau a la una dela tarde. Venía de muy lejos y en ayunas todavía; pero eso ¿qué le importaba? Se dirige a la iglesia, llama al sacristán, celebra la Santa Misa, y después de un buen rato de oración, fué a casa del señor Párroco, que, todo admirado y edificado, le obligó a sentarse 4 la mesa. Si por casualidad le servían después de la Misa un desayuno abundante, exclamaba. «¡Ah, si ustedes me cuidan tan bien, el Señor no me cuidará!» Y daba el desayuno a los pobres.
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