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- 5 -— mes de noviembre, como el frío era muy intenso, abrierónsele en los pies enormes grietas. Entró en una casa conocida y pidió a la señora un poco de hilo fuerte y aguja. —«¡Oh Padre! en modo alguno—le contestó la señora. ¿Cómo vamos a con- sentir el verle a usted coser? Si necesita hacer algún arreglo en el hábito, ya se lo haremos nosotras; es negocio nuestro. —Pero no, señora, si no es el hábito el que está roto. Mas ya que tanto se empeña usted en coser, tenga usted y cosa.» Y colocó su pie todo ensangrentado y cárdeno sobre una silla, mostrando las enormes grietas que el frío había abierto. La señora retrocedió espantada, mientras el Misionero, sonriendo, tomó la aguja y como si se hubiera tratado de echar un remiendo al hábito, juntando los amora- tados labios de las heridas, los cosió con unos cuantos puntos, y volvió alegre a sus trabajos ordinarios. Otro día, estando predicando en Viviers-les-Mon- tagnes, marchó a un lugar bastante lejano de la ciu- dad, en busca de un pecador endurecido, y como no conocía bien el terreno, se perdió por entre los montes y campos, echándosele encima la noche antes de que pensara en volver al pueblo, La campana de la Parro- quia anunciaba ya el sermón, y el predicador se encon: traba, perdido todavía, a gran distancia. De pronto, cuanto más prisa empezaba a darse para llegar a tiempo, ve ante si un riachudo medio helado, que le corta el camino. Se quita las sandalias y se mete en el agua helada, hasta las rodillas. Llega a la iglesia en el momento preciso de comenzar el sermón y, con las piernas mojadas, los bordes del hábito llenos de á Ñ Ñ á ñ agua congelada, sube al púlpito, sin preocuparse del

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