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0549 todos los actos de aquel varón de Dios, y jamás, por mucho que le abatiesen, se vió turbada en lo más mínimo la paz de su alma; nadie oyó la menor queja de su boca. Y ¿quién podrá expresar lo mucho que sentía los males de la Iglesia y de su patria? Gritos de dolor profundo, nacidos de lo más íntimo de su corazón, deja escapar en las páginas de sus libros, escritos todos ellos con el fin de despertar a los dormidos y animar- los a luchar contra los enemigos de Dios, que tantos males estaban causando a la Iglesia y a su patria. Cuando se veía a aquel anciano de gran talla, encorvado al peso de los años, con su mirada expre- siva y enérgica y su blanca barba, caída sobre el pecho, nose podía menos de recordar y compararle a los antiguos profetas del pueblo de Dios. Más que a Jeremias, se parecía a Nehemias, por la gran dosis de optimismo que poseía y que el Señor suele conce- der a cuantos llama a reñir sus batallas. No obstante, ¡cuántas veces, en la soledad de su celda, se le encen- día el rostro y aparecía en él el gran profeta de las lamentaciones, al recordar algún nuevo atentado cometido por los hijos de Satanás! Los que pudieron sorprenderle en alguno de esos momentos, con su rostro anublado, bañado en lágrimas, y los brazos elevados al cielo, suspirando con voz entrecortada: «¡Pobre Francia! ¡Pobre Francia! ¡La están asesi- nando!...» comprendían que aquel corazón extraordi- nario sufría un martirio continuado, más profundoy amargo que si viera matar ante sus ojos a su propia madre. Ni un instante, durante toda su vida, se vió libre
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