BCCPAM000R08-4-10000000000000

— 0) — Solamente en una ocasión tuvo que separarse, durante dos o tres días, y bien a pesar suyo, del cruci. fijo de misionero. Lo había entregado a un obrero, rogándole encarecidamente hiciera pronto el arreglo que necesitaba; pero el obrero no le dió tanta impor- tancia. Inquieto el P. María-Antonio por no recibir su crucifijo, envió a buscarlo; pero el mensajero tuyo que volverse al poco rato con las manos vacías, diciendo que la casa estaba cerrada y que el obrero había salido por la mañana a pasar el día en el campo, de donde no volvería, según afirmaban los vecinos, hasta la noche, «Yo necesito el crucifijo a todo trance—replicó el P, María-Antonio», que también debía salir aquel mismo día a predicar.—«Volved a buscarlo.» —¿Cuál no sería la sorpresa del enviado, cuando no lejos de la tienda se encuentra con el artesano que volvía todo sudoroso y apresurado. «No pensaba volver hasta la noche— dijo —pero me he acordado de repente del crucifijo del P, María-Antonio, que dejé sobre el mostrador. Así es que he venido corriendo para enviárselo.» No podía llegar más a tiempo, pues el Misionero iba ya camino de la estación. En una estampa de su devoción, que hemos encon:- trado entre los papeles, se ven estas significativas palabras, escritas de su propia letra.—«Hijo mío, te doy mi amor y mi cruz.»—«Esto me basta, Dios mio.» En la cruz, pues, había colocado el varón de Dios su tesoro y alegría, porque sólo en ella podía encon- trar a su dulce Jesús, que le decía de continuo al cora: zón: «¡Hijo mio, no llegarás a abrazarme, sino abra- zando mi cruzl» Y la abrazó tan de veras, que a

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz