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245 los demás. Nadie le oyó hablar mal de los ausentes, ni lastimar voluntariamente al prójimo. Ingeniosa y delicada a la vez, presentaba en él toda la riqueza de formas y propiedades que tan exactamente enumera el Apóstol en sus cartas. Siempre alerta, no dejaba pasar inadvertida la fiesta de un hermano, de un amigo, apresurándose a enviarle alguna palabra de afecto en el reverso de una estampa, y aun, a veces, llegaba él mismo en persona, en el momento más a propósito, para dar a la familia o a la Comunidad una sorpresa agradable. Esta era propiamente la nota característica de la santidad del P. María-Antonio. Vida muy sobrenatu- ral, muy divina, y, no obstante, dulcemente humana; muy amante de su familia, de sus amigos, y amable en extremo para todos. Al lado del Santo, se veía en él, y esto es lo que explica su acción sobre las almas y sus grandes conquistas apostólicas, «al hombre fina- mente educado y de trato exquisito,» como le ha lla- mado uno de los personajes que más le han admirado. La pobreza, la obediencia y la caridad encontra- ron su corona en la más hermosa de las virtudes: la castidad angelical. Celoso defensor de su celestial hermosura, la vengó de sus enemigos, la exaltó y cantó con amor de enamorado, siendo ella el himno no inte- rrumpido de su vida. Por arrancar almas al demonio, quiso aspirar todos los ambientes de la sociedad, lanzó a los enemigos de Dios desafíos cuyo eco repercutió en todo Francia, y se expuso al odio y a la venganza de los libertinos. Los sectarios y francmasones, a quienes tan cruelmente desenmascaró; los periódicos, que no viven sino de escándalos y mentiras, que siem-
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