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/ | 4 h $ 4 E Ae 4 di 14 | 4 Pi EIA 240 durante toda su vida religiosa y fué el que le dieron para la Profesión, y cuando éste llegó a gastarse. de tal modo que se hizo necesario abandonarlo, suplicó ¿on humildad al Superior le permitiera tomar otro ya usado. Esto mismo hizo cuantas veces se vió obligado a cambiar de hábito. Iba a la ropería de la Comuni dad, buscaba lo que habían dejado los demás y, para adaptarlo a su estatura, hacía que le añadiesen trozos y petachos de paño, que le daban cierta semejanza, aun externa, con San Francisco de Asís, su Padre. En cuanto al hábito viejo que dejaba, no se podía contar con él para nada, pues se veía la luz a través y se des- hilaba por todas partes. Notando, cierto día, las señoras de la Tercera Orden de Poitiers, donde se hallaba predicando, que llevaba un manto incapaz de proteger sus ya cansadas espal- das, resolvieron reemplazarlo por otro que hicieron traer de Fonteny, por no haber encontrado en Poitiers paño a propósito. Pero no habían contado con lo prin cipal, que era el consentimiento del interesado. Al saberlo, se opuso abiertamente, haciendo valer sus razones: «Este paño que acaban ustedes de traer, tan duro, tan poco flexible, no me ha de hacer sino moles- tar y no ha de llegar nunca a calentarme como mi pobre manto.» No lo creyeron así las señoras, como era natural, y poniendo en práctica cuantos medios supo sugerirles la buena voluntad, determinaron apro vecharse del momento en que el Padre se hallaba diciendo la Misa, para apoderarse en la sacristía del manto viejo y dejar en su lugar el nuevo. Al darse cuenta el P. María-Antonio de lo que habían hecho, sintiólo vivamente, pero no tenía remé:-

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