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E huerfanitos: ellos son tus hijos. Compadeceos, pues. de , PUES, de ellos; alimentadlos, enviadles pan, pues, de otro modo los buenos Hermanos no podrán socorrerlos. ¿No es así, niño? Es necesario que tú también le pidas que te ayude y que te demuestre que El es el verdadero Superior de esta casa y el dueño de tu alma. ¡Oh buen Jesús, te adoramos!» De este modo continuó hablando con su dulce Jesús, como con una persona a quien tuviera delante. El huérfano, que jamás había visto una fe tan viva, una confianza y una familiaridad tan íntima, un espíritu sobrenatural tan grande, quedó admirado y edificado, alegrándose de haber tenido ocasión de conocer a un Santo y a un amigo de Dios, Jamás perdía la presencia de Dios, aun cuando se encontrase en medio de los negocios más complicados Virtud tan rara y tan preciosa, era en él tanto más admirable cuanto mejor había conseguido hermanarla con una vida tan activa y tan continuamente ocu: pada como la suya. Raramente se encontrarán tan per- fectamente unidas en un hombre las obras externas más intensas con el espíritu interior más profundo; el celo y la oración; el trabajo del cuerpo con el reposo del alma; la vida activa y la contemplativa. Parecía tener a su cargo, como San Pablo, el cuidado de todas las iglesias, y, sin embargo, oraba con profundo reco- gimiento, abismado en Dios como un anacoreta. Cierto día, le preguntaron dónde residía, o si podía tener alguna residencia, quien tan de continuo andaba por montes y valles, en busca de almas, y respondió con naturalidad: —«¿Mi residencia? ¡Que dónde está mi residencia! Pues en la presencia de Dios.» Y asi era en verdad. Jamás salía de ella, consistiendo prect-

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