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— 235 reflejo de éxtasis, aparecía como el tipo del hombre de oración, y cuando se había tenido la dicha de verle en esos momentos sublimes, cuando se había oído su voz penetrante, se estaba convencido de haber visto rezar a un Santo. Su trato con Jesús y María era íntimo, familiar. Les encomendaba todos sus negocios, sus trabajos, las almas de cuantos pecadores deseaba convertir. Algunas personas que lograron sorprenderle en estas conversaciones internas, afirmaban que Nuestro Señor respondía a sus súplicas y le hablaba al corazón; otras que le vieron orar ante la Gruta decían que el Padre María-Antonio veía a la Santísima Virgen, como la inocente Bernardita la había visto en otro tiempo. En cierta ocasión, entró el santo Religioso en la Capilla de las Clarisas de Millau, y como no viese a nadie en la iglesia, exclamó: «¡Ah, dulce Jesús! ¡qué bien estáis aquí en medio de vuestras esposas!» Un pequeño movimiento hecho por una Religiosa le hizo comprender que había quién le escuchaba en el coro y continuó su oración en silencio. Otro día, fué a visitar el Orfelinato de la Gran- de-Allée de Tolosa. Llamó a la puerta y salióle a reci- bir uno de los niños, que se le quedó mirando con sus ojos llenos de inocencia, «¿No me conoces, niño?—No, Padre.—¡Cómo! ¿No conoces al P. María-Antonio? Vamos, ven conmigo, que voy a saludar primero a tu Superior.» Y poniéndole su mano sobre la espalda, le llevó a la capilla, donde después de tomar agua ben- dita, se arrodilló y empezó a decir en voz alta: «Sí, niño, éste es tu Superior. ¡Oh Jesús! Vos sois el Señor de esta casa; Vos sois el Protector y Padre de estos

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