BCCPAM000R08-4-10000000000000

e 330 AE no creí conveniente modificar, absolutamente en nada, mi modo de proceder.» Bastaba verle orar, para reconocer en él al tipo del hombre espiritual. Apenas entraba en el Con- vento, se dirigía a su celda para dejar un paquete de cartas o tomar algún libro, e inmediatamente volaba al coro, a postrarse a los pies de Jesús, donde perma- necía todo el tiempo que le dejaban libre el confeso- nario y el locutorio. Allí se le encontraba, con toda seguridad, meditando, rezando o escribiendo y to mando notas ante la presencia del buen Maestro, sin dejar, entretanto, de hablar con Él por medio de fre- cuentes jaculatorias que, cual saetas encendidas, de- jaba escapar en voz alta de su alma toda endiosada, cosa que le sucedía aún en medio de la conversación, Allí permanecía todo el tiempo que quedaba entre los divinos oficios; allí se le veía, abismado en la con- templación, durante la noche, después que la Comuni- dad había recitado las últimas oraciones del día, y se retiraba a su cuarto una o dos horas más tarde que sus hermanos, sin que dejara por ello de levantarse a los Maitines de media noche, que con frecuencia le sorprendían en el coro o postrado al pie del altar, antes de que hubiera pensado en volver a su celda. Todavía prolongaba su oración por largo tiempo des- pués de los Maitines, y no obstante, se le encontraba, a la mañana postrado ante el Santísimo Sacramento, mucho antes que la Comunidad. Era de todos los Religiosos el que más ocupado estaba, el más agobiado por el incesante trabajo de Misionero, y sin embargo, era también el que más tiempo dedicaba a la oración. Después de hacerla en

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz