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CAPTÍULO Xv El alma de un Santo Ante el buen Maestro.—Residencia bien guardada.—La celda de la pobreza.—Un manto nuevo.—El automóvil del P. María- Antonio.—Un tren que se para.—El santo y el hombre. «El P. María-Antonio—escribe un prelado que fué durante muchos años Superior suyo en Tolosa—tenía el corazón todo abrasado en el amor de Dios, y a pesar de hallarse continuamente fuera del Convento, para acudir a las múltiples obligaciones de su ministerio, jamás perdió el espíritu religioso, ni su fervor dismi- nuyó en lo más mínimo. Esto me hizo comprender la obligación en que estaba de ayudarle al exacto cum- plimiento de su extraordinaria misión cerca de las almas, dejándole para ello en completa libertad, ya que era un santo varón, todo entregado a Dios. Como suele acontecer en semejantes casos, llenábanse algu- nos de admiración, se me criticaba, murmurando de las muehas y a su juicio exageradas facilidades de que gozaba; pero mi convicción era firme, bien fundada, y
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