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Z LC. A A E dd de leprosos, que se acercaron pidiendo una limosna. El fervoroso hijo de S. Francisco se acuerda del amor que hacia aquellos pobres desgraciados sentía su Será. fico Padre, y en medio de la estupefacción y el espanto de los peregrinos se adelanta, y tomando entre sus manos el rostro más repugnante, estampa un beso lleno de ternura en sus mejillas. De vuelta de esta Peregrinación, trajo como recuerdo de ella, demostrando la exquisita poesía de su alma, dos palomitas que había encontrado en su propio nido, sobre la torre de David. En Jerusalén, tuvo el inmenso dolor de no encontrar una iglesia dedicada especialmente a la Sma. Virgen. Los católicos armenios acababan de comprar el lugar de la Cuarta Estación, donde María encontró a su divi: no Hijo. No les costó mucho atraer hacia si el ardiente corazón del P. María-Antonio, que en un transporte semiprofético exclamó: «¡Ah! el santuario de las lágri- mas de María ha de ser el santuario de los franceses en Jerusalén.» A fin de que se realizara su pensamien- to, no dejó de trabajar durante la peregrinación, y siguió trabajando mucho tiempo después, debiendo, por lo tanto, ser considerado, como lo afirma M. Tou- mayan, «como el sacerdote encargado por el cielo para llevar a cabo dicha obra, como el fundador y primer bienhechor de la nueva iglesia». Tanto a la vuelta de Tierra Santa como a la ida, predicaba sin descanso a los peregrinos, edificándolos con su celo. Registraba todos los rincones del barco, por si encontraba alguna alma extraviada. Uno de los días, bajó hasta el aposento de las máquinas, y tomó pie de aquel horno de fuego insaciable para hablar a

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