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- 995 sus arenas, contad lo que habéis visto, dejad escapar de vuestro seno este grito de amor: ¡Viva la Cruz!— Cuando el viajero ha de atravesar estos abismos, sube al barco, observa la solidez de los mástiles. si están se- guras las cuerdas, si están las velas tendidas, la má- quina bien acondicionada, y entonces exclama: «El viaje será feliz.» Pero nosotros sólo a ti, ¡oh cruz ama- da! dirigimos nuestras miradas. Contigo no hay temo- res, pues estamos seguros de que, a tu lado, hemos de llegar tranquilos. » Palabras tan vibrantes y caldeadas en el fuego del amor divino, entusiasmaron al auditorio de tal modo que el Conde de Compygny, poeta eminente, que for- maba parte de la expedición, contestó aquella misma noche a la valiente alocución del Misionero con una poesía en la que se ven condensados los tiernos afectos que la peroración del Capuchino produjo en los pere grinos. Los Padres de la Asunción, que con tanta frecuen- cia le habían asociado en Lourdes a las obras de su apostolado, no cesaban de congratularse, viendo que podían contar a cualquier hora con él, en medio de las dificultades de aquel viaje casi improvisado. ¡Cuántas impaciencias supo calmar! ¡Cuántas murmuraciones acalló! Siempre alegre y sonriente, predicaba la paciencia con su palabra y su ejemplo, llegando a con- vencer, aun a los más difíciles y descontentadizos, de que las privaciones y los sufrimientos eran como fo- res necesarias en una Peregrinación de penitencia que se dirigía hacia el Calvario. Al llegar a Naplouse, fué donde, por la primera vez en su vida, se encontró en presencia de una multitud 19, P, MAKÍA-ANTONIO

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