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Pi AAA Ta RA SA se DEAR epi: Pr O YE —— A A — 24 había posesionado de él, y dejándose llevar de su bri- llante imaginación, cantaba a las azuladas olas del Mediterráneo, que jamás habían presenciado tal espec- táculo; a los majestuosos buques, que llevaban en su seno el depósito sagrado de los peregrinos y cuyos nombres, Picardíe y Guadalupe, eran para él una pro- fecía; cantó a los bosques que habían dado el madero de aquella cruz sagrada que flotaba sobre las olas: cantó, sobre todo, a la misma cruz, que traída por los Apóstoles al Occidente, el Occidente la devolvia de nuevo al Oriente. Los peregrinos se entusiasmaban, creyéndose los cruzados de los pasados siglos. Todos se acordaban en aquellos momentos de las débiles embarcaciones que habían conducido a los primeros A póstoles de la Galia y a los guerreros de la Edad Media. Su corazón salta- ba de alegría. Mucho se esperaba de aquel nuevo viaje de la cruz, de la cual seguía diciendo el Predicador: «—¡Oh Cruz! cada vez que surcas los mares conmueves al mundo. ¡Qué hermosa me pareces en medio de esos mástiles, de esas cuerdas, de esas nubes de humo! Yo te he levantado, siempre conmovedora, sobre las coli nas y los montes de nuestra patria,en los valles y en los llanos, en los pueblos y en las ciudades. Hoy tenemos la dicha de verte levantada sobre las movedizas olas, como Reina que domina los mares, los vientos y el es- pacio. ¡Olas espumosas! no basta que vengáis a exten- der juguetonas nítida alfombra de espuma al paso de Cristo Redentor; no basta que humilléis a sus pies, en incesante temblor, vuestras crestas erizadas, No. Mar- chad, marchad a todas las playas, y allí, ya os rompáis con estrépito entre sus rocas, ya beséis suavemente

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