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menos de existir, siendo como eran los organizadores novicios en la preparación de tan largos y complicados viajes, nos dan a conocer el gran papel que representó en ella el monje tolosano, tomando parte activísima tanto en los ejercicios de devoción como en las confe- rencias, veladas recreativas y otros entretenimientos que, con muy buen acuerdo, se organizaron para hacer menos sensible lo monótono de la travesía y disminuir el abatimiento natural que en organismos débiles y no acostumbrados producen los viajes por mar. «El P. María-Antonio—decía el corresponsal de la «Semaine Religieuse»—bastaría por sí solo, con su ina gotable palabra, su rica imaginación y gran espíritu de fe, para hacer pasar santa y agradablemente los días.» «Desde el primer momento—escribía a su vez un tolosano—se ha hecho, como siempre, un lugar aparte, y no hay ceremonia, por insignificante que sea, en la cual no dé pruebas de su celo apostólico.» Efectivamente, a pesar de ocuparse seriamente en la conversión de dos protestantes que jban a bordo, era al mismo tiempo el alma y sostén de todas las reu niones. El fué quien, en una improvisación llena de poesía y arrebatadora elocuencia, saludó a la cruz, al aparecer sobre los mástiles del buque en el momento de la partida. Esta alocución es, entre todas las que pronunció en honor de la cruz,la más hermosa y la más entusiasta. Puede considerarse como modelo en su género y tener lugar propio entre los trozos escogidos de retórica. El grandioso espectáculo que le ofrecía la natura- leza,rodeándole por todas partes con su inmensidad, se A LA gra O O
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