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221 — diosidad y hermosura las ceremonias, fueron tan elocuentes los discursos, que Roma entera se hacía lenguas alabando a los organizadores y confesando que Germana, la última y la más humilde de los nue- vos canonizados, tanto por la posición social que ocupó en el mundo, como por el rango litúrgico que, como Virgen, le asigna la lelesia, había conseguido, sin contar el Vaticano, no sólo los primeros honores públicos sí que también los más atractivos, grandiosos y solemnes. Tan honda impresión causaron estos sucesos en el alma del P. María-Antonio, que su corazón conservó siempre un culto de fraternal ternura hacia la simpá- tica Pastorcilla, cuyas glorias y virtudes cantó con frecuencia en la región tolosana y en sus correrías a través de la Francia. En vez de la monumental estatua que se le erigió en medio de la Plaza de San Jorge, en Tolosa, hubiera deseado obtener del Gobier no, para dedicarla a su Pastorcilla, la antigua Iglesia de los Cordigeros, verdadera joya de arte que poseía la ciudad y que pocos años después desapareció, devo- rada por las llamas. De este modo se hubiera salvado el hermoso edificio franciscano, y la Santa no hubiera podido ser arrojada de allí, como lo fué más tarde de la plaza pública, por las arbitrariedades de un Ayunta- miento sectario. Al menos, el P. María-Antonio siguió conservando el monumento que le había levantado cerca dela escalinata del Convento, donde la dulce Pastora, erguida en su trono de flores y arbustos, recibía a los pobres, sus hermanos, que iban allí a comer el pan de la caridad, ofrecido por otros pobres como ellos, los hijos de San Francisco,

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