BCCPAM000R08-4-10000000000000
me dió algunas balas y pedazos de metralla, que todavía se encuentran por aquellos campos, cuyos árboles están todos ennegrecidos y agujereados por los proyectiles. Me dirigí al monumento levantadoa nuestros Zuavos, mártires de la lealtad a la Iglesia, y allí recogí algunas flores y un trocito de la cruz que santifica aquel lugar, regado con sangre de héroes. Por el contrario, sobre el montículo donde se hallan hacinadas las osamentas de los sacrilegos Pia- monteses no encontré sino un sapo, feo y asqueroso, oculto bajo una piedra. Lo recogí también como pieza auténtica y de un simbolismo aplastante, para ense- ñarlo a algunos franceses, amigos entusiastas de los hijos del Piamonte, no sin protestar ante ellos contra los modernos Piamonteses que no perdonaron en la aduana al infeliz animal, a pesar de haber nacido al calor de sus antepasados, el suplicio de la fumigación.» Otra de las cosas que no pudo visitar durante su primer viaje a Roma fué la curiosa barriada de Ghetto, donde, a causa del celo que nunca le abando- naba, le sucedió una pequeña aventura, «Al penetrar en aquel barrio—escribe en su diario de apuntes—lo primero que aparece ante los ojos del viajero es una Iglesia. En su puerta se ve la imagen de Jesucristo con los brazos extendidos y rodeada del siguiente epitafio: Tota die expandi manus meas ad populum nos credentem et contradicentem, «Todo el día tuve mis manos extendidas hacia este pueblo, que no cree y me rechaza». ¡Ah! con gran amargura de mi corazón experimenté yo mismo la triste realidad que encierran todavía estas palabras. Quise predicar en medio de sus calles estrechas, miserables, donde se
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz