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E bró él también la suya, derramando abundantes lágri- mas de devoción. Solamente después que hubo satis- fecho los anhelos y aspiraciones de su fervoroso espíritu se decidió a tomar algún alimento y descansar un rato. Nada le importaba el cansancio. Estaba en Asís, junto al venerando sepulcro de su Santo Padre, y esto le bastaba para tener absorta su alma en la más profunda meditación, olvidado de las necesidades de su cuerpo; y tal era el respeto y veneración que aque- llos lugares le infundían que no se atrevía a pisarlos sino con los pies descalzos, como lo había hecho en Rivotorto y la Porciúncula. En este viaje, su itinerario fué más completo, pues pudo visitar Loreto y Castelfidardo, recogiendo en este último lugar algunas reliquias, cuya significación retrata de cuerpo entero el espíritu de nuestro Misio- nero, defensor acérrimo de los derechos del Pontifi- cado. Dejemos hablar al peregrino. «Llegué a Loreto a eso de la media noche. La luna esparcía su frío resplandor sobre la ciudad envolvién- dola en un sudario de plata. Apenas había amanecido cuando me dirigí a la Santa Casa, con los pies descal- 205 por respeto a la santidad de aquel lugar. »Dirigíme después al campo de batalla de Castel- fidardo para visitar la Granja que por tanto tiempo disputaron los Zuavos pontificios del inmortal Pimo- dan a los Piamonteses. Un venerable anciano, testigo ocular de la sangrienta lucha, me la refirió con todos sus pormenores. El levantó al valiente: Pimodan cuando cayó herido de muerte, y me enseñó el árbol bajo el cual sucumbió el héroe gritando a sus solda- dos: ¡adelante, muchachos, adelante! Al despedirnos,

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