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ESE — 216 — batallador como él y compañero en las luchas por la Religión. Al poco tiempo le vemos por primera vez en Asís. He aquí lo que él mismo nos ha dejado escrito en el diario de su viaje: «Después de haber divisado, al suave resplandor de los primeros rayos de la aurora, a Perusa, muellemen- te recostada en su colina; después de haber recorrido todo lo largo del famoso lago Trasimeno, llegamos a Asís. ¡Asís! Mucho antes de llegar, mi corazón latía con violencia; a pesar de la fatiga del viaje no podía conciliar el sueño y preguntaba a cada instante a mis compañeros ¿dónde está Asís? ¿dónde está Asís? Diri gía mis ojos por todas partes y parecíame oir la voz de aquellas colinas que me decían: «¡marcha! ¡marcha! viajero afortunado; no somos nosotras las que tuvi- mos la gloria de dar al mundo aquel hombre extraor- dinario, aquel gran serafín a quien tienes la dicha de llamar tu Padre.» Por fin resonó entre los viajeros, que se agrupaban a las ventanillas señalando con el dedo, el grito tan deseado: ¡Asís! ¡Asís! ¿Santa María degli Angeli! Pero el tren no se detuvo y me arrastró con rapidez vertiginosa. Mi corazón parecía querer saltarse del pecho para ir a descansar a la sombra de aquellos venerandos lugares, que huían sin compasión ante mis ojos.» Despreciando el cansancio y la falta de sueño que experimentaba, tomó a pie el camino que conduce de Foligno a la ciudad seráfica, donde llegó bien entrada la mañana, después de haberse detenido a orar en el antiguo Rivo-Torto. Visitó minuciosamente la capilla de Ntra. Sra. de los Angeles, y habiendo oído la misa de un señor Obispo que allí se encontraba, cele-

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