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— 210 »El celibato era también del gusto de S. Juan, mo- delo a su vez de los discípulos de Jesucristo, pues fué el discípulo amado por excelencia precisamente a cau- sa de su virginidad. Era del gusto de S. Pablo, modelo de los predicadores del Evangelio, el cual, escribiendo alos Corintios, les dice: «Sabed que al casarse, se divi. de el corazón entre Dios y la mujer, mientras el que permanece virgen no ama sino a Dios. Por esto— continúa el Apóstol —haríais mejor en no casaros, Este es el consejo que os doy y al dároslo sé que me guía el espiritu del Señor.» »He aquí, pues, dónde y cómo ha formado su gusto la Iglesia al establecer el celibato. »—Pero, Padre ¿por qué provocáis estas polémicas? —preguntaban algunos al Misionero.—¿No veis que esas gentes son fanáticas, impenitentes, que están en- durecidos en el error? No conseguiréis nada de ellos.» El Misionero sonreía, callaba, y seguía trabajando en su apostolado. Pero cuando le importunaban demasia- do, solía decir: «No quisiera más el diablo que ver al P. María-Antonio en silencio. Lo que busca es que le deje tranquilo. Ya se encargará él entonces de ir so- cavando poco a poco el edificio.» Y de hecho, si el Misionero no consiguió convertir ni a todos los pastores, ni a todas las ovejas de sus extraviados rebaños, convirtió sin embargo a muchos de cuya pública abjuración fueron testigos la iglesia de Capuchinos de Tolosa y la Basílica de Lourdes; reanimó la fe de los católicos, librándolos del peligro de la indiferencia, y destruyó el prejuicio que tan pronto se aclimata al roce con los herejes, de pensar que todas las Religiones son buenas y que basta una con-
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