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— 29 — gue y que constituye, por decirlo así, su más bella aureola: la Castidad. ¡Con qué varonil elocuencia estigmatiza el santo Misionero su fea conducta, su falta de lealtad, de no- bleza y hasta de educación! «Los sacerdotes culpables y escandalosos no son de hoy, datan ya de Judas, y so- bre todo de Lutero y Calvino, —les dice.—Entre nos- otros, cuando un sacerdote se hace culpable, se le prohibe el predicar; entre vosotros es Apóstol y Re- formador. Cierto que existen malos sacerdotes, pero ¿sois vosotros por ventura los que os podéis quejar? Sin ellos no existiría vuestra secta. Porque decidme: ¿no es a vosotros a donde se van a refugiar esos des- graciados? Cuando han caído, cuando nosotros les consideramos como maderamen carcomido de nuestros edificios, vosotros los recogéis para hacer de ellos co- lumnas de vuestro templo.» Gracias a este incidente, conservamos hermosos párrafos, himnos grandiosos, escapados del corazón del santo Capuchino, en honor de esa virtud angelical, que era su tesoro y su gloria. «Parece, señores — exclamaba dirigiéndose a sus enemigos, —que el celibato, que no fué ciertamente del gusto de vuestros ilustres padres, lo es todavía menos de sus sucesores los Ministros Protestantes. Lo siento mucho por Vds. y les compadezco, porque para mí y para todos los verdaderos católicos es el perfume, la gloria y la alegría de nuestra vida, y esto porque fué del gusto de Jesucristo, hijo de una Virgen inmaculada y virgen El también. Decidme, ¿no es cierto que todo verdadero pastor debiera estar orgulloso de parecerse a Jesucristo, modelo de pastores? 14, P. MARÍA-ANTONIO, OO A A a a A A US A e A SR id ci RD Vi bn cd

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