BCCPAM000R08-4-10000000000000

- 206 — 3ien hubiera deseado el pobre ministro eludir la dificultad, pero el P. María-Antonio le tenía cogido y no le dejaba escapar. — «¡No, no, señor ministro — le decía cuando se salía de la cuestión—nada de palabre- ría! Sí o no.» Después de mucho dudar y de muchos rodeos acabó por responder, «no», «Me basta—dijo el Misionero,- ya no hay necesidad de explicaciones ni disputas. Desde este momento, estamos perfectamente de acuerdo. Deja usted de ser protestante, ya que admite la Autoridad y se hace católico como yo. Déme esa mano y retirémonos.» A estas palabras, dichas con una ironía mordaz, que aumentaba la confusión que ya sentía el pastor, viéndose en semejante atolladero, los católicos dejaron oir una explosión atronadora de aplausos y salieron de la sala llenos de la más viva alegría, quedando el mi- nistro y sus protestantes solos, petrificados de ver- giienza, Cuentan las gentes, que habiendo un hombre en- contrado al pastor, después de la conferencia, le halló tan pálido, con un andar tan abatido, que temiendo estuviera enfermo, corrió al pueblo a saber lo que había ocurrido. Pasó algún tiempo y el buen ministro, con el fin de vengar su derrota, escribió un folleto en el que, des- naturalizando los hechos, se proponía demostrar que el Capuchino había eludido la discusión. «Es verdad—le responde el P. María-Antonio, en su hermosa obrita titulada El Protestantismo confun dído.—No he querido discutir con un hombre sin título ni misión alguna. ¿Cree Vd. que soy tan cándido, que me permita tratar de materias religiosas y considerar

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz