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205 — sores, por haberse apartado de ellos con la apostasía. »Me veo pues obligado a decirle, señor ministro, v lo siento en el alma si con ello le contrarío, que no pudiendo como católicos someter nuestra inteligen- cia en las cosas que se relacionan con la Religión y con la fe, a un hombre cualquiera, y no debiendo por otra parte escuchar sino a Dios, ya nos hable por sí mismo, ya por sus enviados, nos vemos en la precisión deretirarnos. Y si no queréis venir con nosotros al redil de Jesucristo, os dejaremos en medio de los yuestros, para que acalléis las dudas de sus concien- cias, si es posible.» Y diciendo estas palabras, hizo el P. María-Anto nio una reverencia al ministro y salió de la sala, seguido de la mayor parte de los católicos. Pero viendo que algunos se quedaban atraídos por la acti tud del pastor protestante, que quería perorar a toda costa, se volvió y le dijo: —«¡Cómo! ¿Todavía retenéis a mis católicos? ¿No estáis bastante confundido? Pues bien, ya que no habéis podido responder a mi primera pregunta, aquí tenéis otra, Ese joven de blusa que se encuentra a su lado de usted, ¿es protestante?—Sí, se- ñor, —respondió el ministro. —Dígame pues claramen- te, si ese joven tiene o no el mismo derecho que usted a ser pastor. Nada de subterfugios ni de palabras eva sivas. ¿Sí o no? Pero cuidado antes de responder, por- que si responde que sí, desde ese momento deja usted de ser pastor. Porque si cualquiera protestante tiene el mismo derecho que los demás para interpretar las Escrituras ¿para qué los pastores? Y si contesta usted que no, ya no es usted protestante, sino católico con tal que pruebe la existencia legítima de su autoridad.»
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