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— 203 que atañen a la fe, no puedo hacerlo lógicamente, sino en cuanto me asiste un derecho, una autoridad, reci- bida de la autoridad divina.» Inmediatamente demostró este derecho y esta autoridad, por la legitimidad gerárquica que sube del sacerdote católico al Obispo y del Obispo al Sumo Pontífice; por la divinidad de la Iglesia católica la sola Iglesia verdadera, cuyas enseñanzas es necesario acatar, si se ha de pertenecer al cuerpo de Jesucristo y salvar el alma.» Expuso la doctrina católica sobre estos puntos, con maravillosa claridad y lógica inexorable, y ter- minó exhortando y animando a todos con palabras elocuentes y patéticas. «Ved lo que ha costado a Jesu cristo el salvaros—les decía mostrándoles su crucifijo. Mirad esta cruz. Considerad también lo que me cuesta a mí el salvarme y el salvaros. Mirad mis pies desnudos, con frecuencia llenos de sangre y ateridos por el frío. Mirad mi pobre hábito. Venid a ver mi pobre cama de paja. ¿Queréis saber cuál es toda mi fortuna? Miradla, aquí la tenéis. Esta pobre cruz. Sí, la cruz y vuestras almas! Esta es toda mi riqueza, toda mi familia sobre la tierra. Yo no tengo ni mujer ni hijos, como tiene vuestro pastor. Yo he abando- nado por salvaros un padre amado y una madre que rida. No tengo sino vuestras almas. Mi contento, mi única alegría sobre la tierra, es el salvarlas. ¡Oh! si se pudieran salvar en el Protestantismo. Si yo mismo me pudiera salvar en él, no pretendería que os hicierais católicos, pues vuestra Religión es mucho más cómoda que la nuestra. Pero desengañaos, si es cómoda durante la vida, no lo es tanto en la hora de
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