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N e. me. AA Dd Ei e — 191 — obstáculos que para conseguirlo tuvo que vencer, El mismo la había inaugurado poco antes en Rocama- dour, y quiso transportarla a las orillas del Gave, donde ha llegado a ser uno de los mayores atractivos, ceremonia imprescindible de toda peregrinación, «Era el año 1863,—decía él mismo, relatando desde el púlpito, a los peregrinos del Aude, el origen de esta ceremonia. —Había ya anochecido, y unas veinte personas oraban con recogimiento en la Gruta. Otros tantos cirios, poco más o menos, brillaban ante la blanca imagen de María. Todo estaba en silencio, Entonces me dije: es necesario que esos cirios se muevan y canten; e inmediatamente, al canto del Ave Maris Stella, dibujaron un semicírculo ante la Gruta, Al siguiente día, eran ya unos cien los cirios que se movían; después cientos y cientos; y esta noche serán miles y miles.» Como todo verdadero discípulo del crucificado del Alvernia, San Francisco de Asís, el fogoso Misio- nero sentía en su alma la locura de la Cruz. Cuando la ensalzaba en las grandes circunstancias, una ola de entusiasmo invadía todo su sér, y transfigurándose arrastraba a las multitudes. A causa de este su amor inmenso por la Cruz, bien conocido de todos, fué designado como predicador oficial, para el solemne acto de la erección sobre el monte Espelugues de la Cruz traída de Jerusalén por los peregrinos. Apenas había empezado a moverse la procesión sobre la explanada de la Basílica, cuando el P. María- Antonio los tenía ya a todos fascinados. Escuchemosa un testigo ocular: «Todavía me parece verlo en medio de aquellos señores, lo más selecto de la sociedad

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