BCCPAM000R08-4-10000000000000

193 religiosa, una Misión bendecida de un modo excepcio- nal. El fué también por fin, quien, después de haber preparado durante ocho días a los habitantes de Rodez, presidió, al lado de Monseñor Bourret, la pri- mera gran peregrinación de hombres que llegó a Lourdes, donde, al alegre repicar de las campanas de todas las iglesias de la ciudad, fueron entrando con sus estandartes y cruces más de cinco mil hombres de las montañas del Rouergue, llenando de admiración a causa de su fe y recogimiento a los muchos pere- grinos del Norte, que se encontraban ya en la Gruta. «Hemos presenciado el reflorecimiento de los me- jores tiempos de la Edad Media — escribía el día siguiente uno de los periódicos belgas. — No podrá negarlo quien vió ayer al P. María-Antonio aren- gando, con gesto sublime, a los Rodezanos, desde la pequeña terraza que forma la techumbre de la caseta del Guardián de la Gruta, dilatando todos los pechos, haciendo aclamar todos los grandes nombres, todas las grandes cosas que constituyen la gloria del Catolicismo. ¡Qué grandeza y qué vida la de aquel monje! ¡Jamás artista alguno podrá soñar escena más sublime! Parecía San Bernardo o Pedro el Ermitaño, arrastrando con su ardorosa palabra a las muchedum- bres. Entonces pudimos comprender la ráfaga de entusiasmo que pasó por el corazón de Europa cuando, a la voz de los Papas y de los Monjes, con generoso y unánime empuje, partieron los pueblos para la Guerra de Tierra Santa, al grito de ¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!» También la procesión de las antorchas fué estable- cida por el P. María-Antonio, a pesar de los muchos 13. P, MARÍA-ANTONIO. ) ¡ A —Á my,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz